Hace casi dos años que emprendí un nuevo camino en la vida. Antes de reconstruirla, vivía con mi ex pareja y mi hermosa hija. Aunque convivíamos como compañeros de cuarto, compartíamos un mismo objetivo: la felicidad de nuestra hija.
Comencé una nueva vida, una vida a la que le temía y que, a veces, me paralizaba. El miedo a estar nuevamente conmigo mismo era abrumador, pero decidí enfrentarme a esa realidad para reencontrarme. Lo único que me dolía profundamente era no poder ver la carita de mi hija cada mañana al despertar y cada noche al acostarme. Pensaba mil formas de no perderme ni un segundo de su vida, porque sabía que la extrañaría enormemente.
Recuerdo la primera vez que la compartí con su mamá tras nuestra separación. Me dije: “Ok, estaré con ella por tres días… ¿y ahora qué? Mi baño no tiene nada, no tengo una cama para ella, ni muebles en la sala, ni utensilios en la cocina. ¿Qué le cocinaré?”. Todo era un reto nuevo, pero uno que estaba decidido a vivir y superar.
Cuando terminó ese primer fin de semana y la dejé con su mamá, no puedo describir cuántas lágrimas derramé ni por cuántas horas lloré. En solo tres días, ya me estaba acostumbrando a esta nueva vida de papá. Una semana después, no sabía qué hacer. ¿La llamo? ¿Espero? No sabía qué hacer, y esperé. Así fueron pasando los fines de semana, uno tras otro, enfrentando esta experiencia totalmente nueva que jamás pensé que viviría.
En medio de estos momentos de introspección, conecté con Edimar, quien hoy es mi pareja y una pieza fundamental en todo este proceso. Gracias a ella, todo ha sido más llevadero. Ahora también amo a Amar, su hijo, a quien considero como mío. Porque, al final, ser padre no es solo engendrar, es criar. Aunque a veces puede ser difícil porque yo no soy mamá, soy papá, cada semana logro conectar más con ese pequeño ser, porque el amor de madre es distinto al de padre, pero ambos son incomparables y valiosos a su manera.
Hoy, tras casi dos años de este nuevo rumbo, me siento feliz por cada minuto que comparto con mi nueva familia. Amo escuchar a Leticia decir que tiene dos mamás, algo que ella descubrió por sí misma, sin que nadie se lo impusiera. Ella, con su gran corazón, ha desarrollado esa empatía que nos enseña que lo importante no es el conflicto ni la pelea, sino el amor, siempre por delante y siempre primero.
Cada momento que paso con ella es un descubrimiento de cosas nuevas y maravillosas. Siempre me sorprende con su creatividad y su empatía. Hoy me dijo: “Le voy a decir a Amar que hoy no me voy, para que no llore. Ponle su comiquita favorita mientras me bajas con mamá”. Por más que a veces discutan, el amor y la hermandad entre ellos es innegable.
Pero esa es otra historia para otro día. Hoy, como todos los días en que Leticia se va con su mamá, me toca esperar siete días para verla de nuevo. Y aunque ya han pasado dos años, sigue doliéndome. El vacío que deja cada vez que sale por la puerta es inmenso. He aprendido a compartir, a extrañar, y a tener la paciencia para esperar con calma cada vez que regresa. He aprendido a cuidar de sus fiebres, a que el baño puede ser el momento más divertido del día, y a que un pedazo de lego puede saber a la mejor torta hecha por sus manos.
Aquí estoy, con lágrimas de felicidad y de nostalgia, porque sé que a mediados de la semana volveré a ver su carita. Mi persona favorita, mi pequeña princesa, aunque ahora no estés y estés divirtiéndote con mamá, sigo sintiendo ese dolor de tener que dejarte ir cada semana. Siempre estás en mis pensamientos y en mi corazón, en cada momento.
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